El gobierno de Colombia y las FARC están haciendo todo lo
posible para suscribir el acuerdo definitivo de paz el 23 de este mes. El
presidente Juan Manuel Santos dijo hace diez días que, según “algunos
estudios”, la tasa de crecimiento de la economía se acelerará, quizás hasta el
doble de la actual, “una vez consolidada la paz”. No hay duda de que la firma
de ese convenio representará un gigantesco paso adelante en la historia colombiana.
Pero también puede ser el origen de una gran frustración si no se construyen
adecuadamente las expectativas acerca de sus posibles consecuencias.
Para empezar, la paz con las FARC no significará el fin
absoluto del conflicto armado en el que Colombia vive inmersa desde 1948. Sí es
cierto que ese problema quedará reducido tal vez a su mínima expresión
histórica, tras la desmovilización anterior de otros grupos guerrilleros y la
considerable disminución ‒especialmente si se la compara con la de las décadas
de los 80 y los 90‒ de la violencia provocada por las organizaciones
narcotraficantes y paramilitares. Pero aún actúan bandas de narcos y de paracos, y, por más que manifestaron en varias ocasiones su interés
en iniciar un proceso similar al encarado con las FARC, también los grupos
guerrilleros Ejército de Liberación Nacional (ELN) y Ejército Popular de
Liberación (EPL).
Del EPL se supone que queda muy poco: acaso uno o dos
centenares de militantes, bien pertrechados y más dedicados al narcotráfico que
al marxismo, con presencia limitada al Catatumbo, una zona del departamento
Norte de Santander rica en petróleo y fronteriza con el estado venezolano
Zulia.
El ELN, aunque también está disminuido en comparación con
otros tiempos, conserva entre 1.500 y 3.000 efectivos distribuidos en varias regiones
del país. Y aun cuando desde hace más de un año lleva adelante conversaciones
reservadas con el gobierno ‒admitidas públicamente por sus comandantes y por el
propio Santos‒ con el fin de abrir un proceso similar al que está por
completarse con las FARC, ese diálogo todavía no tiene fecha de comienzo y sus
guerrilleros siguen secuestrando, asesinando y cometiendo atentados.
Además, en los últimos tiempos comenzaron a actuar en zonas
de los departamentos Cauca, Chocó, Nariño y Valle del Cauca de las que las FARC
se retiraron como consecuencia de sus negociaciones con el gobierno, según
denunció a fines de febrero la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).
Pocos días antes, el diario El Tiempo había publicado una investigación en la
que afirmó que jefes del ELN estaban reclutando a guerrilleros de las FARC que
no están de acuerdo con el proceso de paz. Por cierto, en febrero recrudecieron
tanto las acciones del ELN como la persecución de las Fuerzas Militares a esa
organización.
Paralelamente, se calcula que entre 5.000 y 6.000 personas
forman parte de las menos de 10 bacrim
(acrónimo de bandas criminales emergentes),
organizaciones formadas por disidentes de la desmovilización masiva de cerca de
32.000 paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) ocurrida en
2006, durante el gobierno de Álvaro Uribe. Esos grupos, entre los que figuran
Águilas Negras, Clan Úsuga, Los Rastrojos y Oficina de Envigado, controlan el
narcotráfico ‒tras la desaparición de los grandes carteles de los 80 y los 90,
como los de Medellín, Cali y el Norte del Valle‒ y se dedican también a
actividades como el secuestro extorsivo, el contrabando y la minería ilegal, en
muchos casos en alianza con las organizaciones guerrilleras.
A las bacrim se
atribuyen los recurrentes ataques a dirigentes y activistas humanitarios, que
en 2015 aumentaron 9 por ciento en relación con 2014 y fueron en total 682,
entre los cuales hubo 539 amenazas, 63 asesinatos, 35 atentados y 26
detenciones arbitrarias, según reportó la semana pasada la ONG Somos
Defensores.
Aunque lejos de sus máximos históricos, la persistencia de
organizaciones guerrilleras y bacrim
genera todavía niveles importantes de inseguridad no solo para las personas
sino también para las instalaciones ‒si bien parecen haber decrecido en los
últimos meses, los atentados de grupos insurgentes contra oleoductos y torres
de transmisión de electricidad siguen siendo un clásico‒, y dificultan la
recuperación de enormes extensiones de tierras improductivas por la
implantación de minas antipersonales (al respecto, se recomienda leer la
conversación con el gerente general de la Fundación Arcángeles, Hugo Prada, en
el archivo de este sitio: http://ideasyprotagonistas.com/2016/02/12/conversacion-sobre-la-actualidad-de-colombia/).
Al mismo tiempo, Colombia no es inmune a los vaivenes de los
mercados globales y a las consecuencias de éstos sobre la región. Por ejemplo,
en los primeros 10 meses de 2015 sus ingresos por exportaciones cayeron 35 por
ciento con respecto a igual período de 2014, de 47.232 a 30.678 millones de
dólares, en gran medida debido al descenso de los precios de las materias
primas y, en particular, el del petróleo.
De hecho, en ese período el producto de sus exportaciones
minero energéticas se derrumbó 46,5 por ciento, de 33.620 a 17.992 millones de
dólares, mientras el de sus ventas no minero energéticas disminuyó solo 6,8 por
ciento, de 13.613 a 12.687 millones de dólares, según datos de Procolombia, la
oficina de promoción de las exportaciones, el turismo y la inversión en el
país. En la misma dirección, la petrolera estatal Ecopetrol informó este
domingo que durante 2015 registró una pérdida neta de 1.235 millones de dólares
y una rebaja de 11 por ciento de sus reservas probadas netas de hidrocarburos.
Asimismo, por más que logró reducir en 2015 todas las tasas
de pobreza (de 21,9 a 20,2 por ciento la multidimensional, que mide 10
parámetros de educación, salud y calidad de vida; de 28,5 a 27,8 por ciento la
monetaria, y de 8,1 a 7,9 por ciento la extrema), Colombia mantiene uno de los niveles
de desempleo más altos de la región, solo superado por los de Barbados y
Jamaica, y que entre enero de 2015 y enero de 2016 aumentó de 10,8 a 11,9 por
ciento, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística
(DANE).
Por otra parte, el acuerdo definitivo de paz con las FARC no
significa necesariamente que todos sus cerca de 8.000 efectivos actuales vayan
a dejar las armas. A la ya mencionada existencia de un conjunto ‒de magnitud
desconocida, por ahora‒ de sus miembros que no están dispuestos a dejar la
actividad guerrillera, acaso sea pertinente sumar otra cantidad, también
incierta y probablemente mayor, de personas que de repente habrán perdido su
medio de vida y su marco de contención, sin tener para subsistir muchos más
conocimientos que el manejo de armas y la coerción. Valga como ejemplo que 70
por ciento de los 800 guerrilleros de las FARC desmovilizados entre 2012 y 2013
eran analfabetos funcionales, según datos oficiales de esa época.
Por lo tanto, es difícil suponer que todos los integrantes
actuales de las FARC tengan las mismas facilidades que sus comandantes y mandos
medios para ganarse la vida en el ámbito civil, ya sea en la política o fuera
de ella. Deberá el gobierno invertir enormes cantidades de creatividad,
esfuerzo y dinero para lograr la inserción en la sociedad de tantos
guerrilleros rasos. No es que no esté haciéndolo: desde 2003 funciona la
Agencia Colombiana para la Reintegración, que ha atendido a más de 55.000
desmovilizados de los grupos guerrilleros y paramilitares. Pero su programa de
atención psicosocial y formación para el trabajo dura siete años, todo un
desafío para la paciencia de los beneficiarios.
En síntesis, así como suena indiscutible que la
firma de la paz con las FARC se convertirá en uno de los mayores hitos de la
historia de Colombia, parece razonable esperar que sus consecuencias políticas,
sociales y económicas no lleguen de un día para el otro. Convendrá tenerlo
presente para evitar que una gran solución se convierta en un gran problema
simplemente porque se sobredimensionaron las expectativas.* * * * *
Nota publicada originalmente el 8/3/2016 en IDEAS & PROTAGONISTAS:
http://ideasyprotagonistas.com/2016/03/08/la-paz-en-colombia-el-problema-detras-de-la-solucion/
Reproducida ese mismo día en el diario Gaceta Mercantil:
http://www.gacetamercantil.com.ar/notas/96857/la-paz-en-colombia-el-problema-detras-de-la-solucion.html
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