miércoles, 7 de enero de 2015

LOS INVENTOS ARGENTINOS



La inmensa mayoría de los argentinos está convencida de que hay tres inventos nacionales por excelencia: el bolígrafo, el colectivo y el dulce de leche. Pero no es tan así.
En el caso del bolígrafo, como es bastante notorio, su creador fue el húngaro Ladislao Biro (1899-1985). Terminó de desarrollarlo en 1944, cuando llevaba cuatro años residiendo en nuestro país y todavía no había adoptado la ciudadanía argentina, pero ya en 1938 –cuando aún no sospechaba que algún día viviría a este lado del Atlántico– había patentado formas rudimentarias de ese instrumento de escritura en Hungría, Francia y Suiza.
Es cierto que aquí el invento cobró forma definitiva; que desde aquí Biro vendió las patentes a las empresas Eversharp-Faber y Bic, para Estados Unidos y Europa, respectivamente, y que aquí también comenzó a fabricarlos en serie bajo la marca Birome (acrónimo de su apellido y el de su socio, Juan Jorge Meyne), palabra que aún hoy sigue utilizándose comunmente para denominar a los bolígrafos aunque hace décadas que ese nombre comercial desapareció del mercado. Pero en honor a la verdad habrá que decir que se trata de un invento húngaro apenas terminado en la Argentina.
En cuanto al colectivo, la tradición sostiene que fue creado en septiembre de 1928 por un grupo de taxistas de ocio forzoso en un café del barrio de Floresta debido a la escasez de trabajo. La idea salvadora fue convertir sus autos en taxis-colectivos, que harían recorridos fijos y, a cambio de una tarifa mucho más económica que el costo de un exclusivo viaje en taxi, llevarían a tantos pasajeros como cupieran. Aunque varias fuentes arriesgan algunos nombres, no está suficientemente demostrada la identidad ni la nacionalidad de los participantes de esa mesa, al parecer frecuentada por varios españoles, ni mucho menos la del presunto inventor, a tal punto que hay quienes lo atribuyen al historiador Diego Abad de Santillán (1897-1983), vecino y contertulio de los atribulados tacheros.
Por otra parte, tampoco se trató de una verdadera creación, si tenemos en cuenta que en Buenos Aires ya circulaban, desde varias décadas atrás, líneas de tranvías e incluso de ómnibus con trayectos fijos. En todo caso, fue una adaptación y, aunque muy práctica, no demasiado imaginativa. Los taxis-colectivos, que inmediatamente pasaron a llamarse directamente colectivos, tuvieron tanto éxito que en poco tiempo sus propietarios se vieron en la necesidad de contar con coches más grandes. Pero los creadores de esas primeras carrocerías –indudablemente diferentes de las de los tranvías y los ómnibus–, si bien tenían su taller en Buenos Aires, fueron el italiano Angel Di Césare y el catalán Alejandro Castelvi.
Con respecto al dulce de leche, está bastante difundida una leyenda que ubica su origen en la tercera década del siglo XIX en Cañuelas, a 65 kilómetros al sudoeste de la Ciudad de Buenos Aires.
Sin autoridades nacionales –no las había desde el 17/8/1827 y no volvería a haberlas hasta el 4/2/1852–, el gobernador bonaerense era el general unitario Juan Lavalle (1797-1841) desde el 1/12/1828, cuando derrocó al coronel federal Manuel Dorrego, a quien hizo fusilar doce días después. Pero Lavalle casi no pudo ejercer la gobernación –la delegó sucesivamente en el almirante Gullermo Brown y en el general Martín Rodríguez– porque permaneció al frente de las tropas que trataban de evitar el cerco de los federales. En junio de 1829 se iniciaron gestiones por la paz. Pero como no prosperaban, el líder federal Juan Manuel de Rosas (1793-1877) invitó a Lavalle a conversar sin intermediarios.
Lo que cuenta la leyenda es que Lavalle llegó al campamento de su adversario y mientras la criada fue a avisar a Rosas, el gobernador, cansado, se echó en el catre del brigadier y quedó dormido; que al volver, la mujer se asustó y salió corriendo, olvidando que había puesto a calentar la lechada (leche con azúcar, con la que el Restaurador tomaba el mate); que Rosas dejó que Lavalle descansara un buen rato y sólo cuando lo despertó, pidió el mate; que allí cayeron en la cuenta de que el contenido de la olla se había solidificado y oscurecido, y que Rosas lo probó y lo aprobó.
Lo que no cuenta esa leyenda es que para convertir leche y azúcar al fuego en dulce de leche hay que revolver constantemente; que para que la mezcla se oscurezca hay que echarle una pizca de bicarbonato, y que también Uruguay, Chile, Perú y México –en estos últimos tres países se lo conoce como manjar, manjar blanco y dulce de cajeta, respectivamente– reivindican la invención, lo cual torna verosímil la versión de que en realidad se trata de un invento árabe que llegó a España durante los ocho siglos en que estuvo bajo la dominación de los moros y que luego la Corona hispánica lo exportó a sus colonias en América.
Aunque hay otros inventos más comprobadamente argentinos e injustamente menos emblemáticos –la pelota de fútbol sin tiento y el aerosol que los árbitros utilizan para marcar la distancia a la que debe situarse la barrera durante la ejecución de un tiro libre, por ejemplo–, tal vez tenga razón mi amigo César Grinstein y el mayor invento argentino sea el de inventar supuestos inventos argentinos.
 
* * * * *
 
Para quien desee profundizar en el análisis y el anecdotario de este asunto, recomiendo dos libros muy interesantes, entretenidos y con enfoques bien diferentes: Proezas argentinas, del periodista Hugo Caligaris (Edhasa, Buenos Aires, 2005), y Mitomanías argentinas, del antropólogo Alejandro Grimson (Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2012).

2 comentarios:

  1. Error, querido Alejandro. El punto es el concepto de argentino. Facundo Cabral decía que no hay nada más argentino que no ser argentino. Gardel, Cortázar, Le Pera simplemente merecieron, por grandes, ser argentinos. Modestamente. Además la lucha es estéril. En una comida en Madrid con varios individuos bastante cultos, ninguno sabía que Alterio venía de acá. Las fronteras interesan sólo a los cartógrafos, como escribió JLB. Y a Lomuto, por suerte. Marcelo G.

    ResponderBorrar
  2. No, Romualdo. No me interesan las fronteras, aunque como cronista deba registrarlas. Sí me interesan las personas y las culturas. Si bien nacieron fuera del país, Gardel, Cortázar y Le Pera se criaron en la Argentina y fueron culturalmente argentinos. Probablemente también lo hayan sido algunos de los "inventores" del colectivo. Como sea, bienvenido el intercambio de enfoques sobre el asunto.

    ResponderBorrar