Un informe de la consultora Ecolatina, reseñado anoche por
varios medios en sus sitios de internet, sostiene que el peso perdió más de 90
por ciento del poder de compra que tenía en 1999. O sea: para comprar lo que
hace 15 años pagábamos con un billete de 10 pesos y nos daban vuelto, ahora
debemos dar a cambio un billete de 100.
El trabajo señala cosas que desde hace mucho tiempo son obvias para la mayoría de los argentinos, menos para los que deben decidir sobre estas cuestiones en el Gobierno: que “realizar transacciones cotidianas con billetes de bajo poder de compra dificulta las operaciones y genera costos innecesarios”; que “un billete de máxima denominación con tan poco poder de compra no sólo es incómodo de usar sino también implica un peso sobre las arcas públicas” porque “desde 2007 hasta hoy se gastaron más de 7.000 millones de pesos (a valor actual) en impresión de billetes y monedas, gasto que podría haber sido significativamente menor si contáramos con billetes de mayor denominación”, y que “se hace imperioso crear billetes de mayor denominación que sean consecuentes con las necesidades transaccionales, sean estos de 200, 500 o incluso 1.000 pesos”.
El trabajo señala cosas que desde hace mucho tiempo son obvias para la mayoría de los argentinos, menos para los que deben decidir sobre estas cuestiones en el Gobierno: que “realizar transacciones cotidianas con billetes de bajo poder de compra dificulta las operaciones y genera costos innecesarios”; que “un billete de máxima denominación con tan poco poder de compra no sólo es incómodo de usar sino también implica un peso sobre las arcas públicas” porque “desde 2007 hasta hoy se gastaron más de 7.000 millones de pesos (a valor actual) en impresión de billetes y monedas, gasto que podría haber sido significativamente menor si contáramos con billetes de mayor denominación”, y que “se hace imperioso crear billetes de mayor denominación que sean consecuentes con las necesidades transaccionales, sean estos de 200, 500 o incluso 1.000 pesos”.
Razonablemente, el semanario Fortuna reparó en las
dificultades para los bancos, que “cada vez necesitan más cajeros automáticos
para cubrir la creciente necesidad de efectivo de la población”. Como esas
máquinas se usan con mayor frecuencia e intensidad, “demandan mayor
mantenimiento”. Y “el problema también es logístico”, porque “la necesidad de
transportar, almacenar y velar por la seguridad de tantos billetes implica un
costo para el banco que es transferido finalmente al cliente”.
A la situación descripta por Ecolatina y Fortuna quiero
agregar otra que desde hace tiempo me preocupa, y es la ‒para mí, inútil e
insoportable‒ costumbre de muchos argentinos de debatir acerca de cuáles
figuras de la historia política del país tienen méritos suficientes o
insuficientes para figurar en los billetes. No logro entender por qué jamás leí ni escuché que alguien propusiera
que nuestros billetes ‒no necesariamente todos‒ rindan homenaje a grandes
figuras ajenas al ámbito de la política y el gobierno.
Muchos países creyeron o creen lo que la Argentina jamás
creyó: que sus artistas, científicos e intelectuales más destacados debían
ilustrar sus billetes. Vayan como ejemplo los nueve casos de billetes actuales
o pasados que ilustran esta nota, de izquierda a derecha y de arriba abajo:
Gabriela Mistral, poeta y Nobel de Literatura 1945, en Chile; Diego Rivera,
pintor, en México; Georgios Papanicolaou, médico y pionero de la detección
temprana del cáncer uterino, en Grecia; Frédéric Chopin, pianista y compositor,
en Polonia; Sigmund Freud, médico y padre del psicoanálisis, en Austria; Albert
Einstein, autor de la Teoría de la Relatividad General y Nobel de Física 1921,
en Israel; Antoine de Saint-Exupéry, aviador y escritor, en Francia; Jorge
Basadre, historiador, en Perú, y Alexander Fleming, descubridor del efecto
antibiótico de la penicilina y Nobel de Medicina 1945, en Escocia.
Por supuesto, la lista ‒aún incompleta‒ es más extensa: el
matemático, astrónomo y físico Carl Friedrich Gauss y los escritores y
filólogos Jacob y Wilhelm Grimm, en Alemania; el pintor René Magritte y el
inventor del saxofón, Adolphe Sax, en Bélgica; el pintor Cándido Portinari y
los músicos Carlos Gomes y Heitor Villa Lobos, en Brasil; los escritores
Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer, y el músico Manuel de Falla, en
España; el compositor Jean Sibelius, en Finlandia; el pintor Paul Cézanne, los
físicos Marie y Pierre Curie, el compositor Claude Debussy, el ingeniero y
arquitecto Gustave Eiffel, y los filósofos, matemáticos y físicos René
Descartes y Blaise Pascal, en Francia; el escritor James Joyce, en Irlanda; el
ingeniero e inventor Guglielmo Marconi y el compositor Giuseppe Verdi, en
Italia; la escritora Sor Juana Inés de la Cruz y la pintora Frida Kahlo, en
México; el guitarrista y compositor Agustín Pío Barrios, en Paraguay; los
escritores Ricardo Palma y César Vallejo, en Perú; Marie Curie, también en
Polonia, y el pintor Juan Manuel Blanes y los escritores Juana de Ibarbourou,
José Enrique Rodó y Juan Zorrilla de San Martín (abuelo de la actriz China
Zorrilla), en Uruguay. Todos ellos, y seguramente muchos otros, pueden
encontrarse como yo lo hice: con el buscador Google.
La Argentina tiene cinco premios Nobel, un lujo
del que pocos países pueden hacer alarde. Descartemos, si se quiere, a los dos de
la Paz, Carlos Saavedra Lamas y Adolfo Pérez Esquivel, porque esos premios
siempre son políticos. Pero, ¿no merecerían
un billete Bernardo Houssay (Nobel de Medicina en 1947), Luis Federico Leloir
(de Química en 1970) y César Milstein (de Medicina en 1984)? ¿No lo merecerían
Carlos Gardel, Jorge Luis Borges y Astor Piazzolla, acaso entre otros?PD: Esta nota fue reproducida el domingo 23 de noviembre de 2014 por el diario digital mendocino MDZ Online. Gracias a Roxana Badaloni y Gabriel Conte.
http://www.mdzol.com/opinion/571815-billetes/
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