viernes, 13 de febrero de 2015

VIERNES 13


Por mucho que hayan evolucionado la ciencia y la cultura con el paso del tiempo, muchos seres humanos siguen tendiendo a buscar las causas de sus contratiempos en factores sobrenaturales. Para ellos no es un dato irrelevante que hoy sea el primero de los tres viernes 13 también los habrá en marzo y noviembre que tendrá 2015, un año que, además, ya nos ofreció un martes 13 en enero y nos reserva otro para octubre.
La que asigna al número 13 la capacidad de generar desgracias y en especial al decimotercer día de cada mes cuando cae en martes o en viernes– es una de las supersticiones más antiguas. Su origen está vinculado con la última cena que, de acuerdo con la tradición cristiana, Jesucristo tuvo con sus apóstoles en la víspera de su crucifixión.
Según esa creencia, como los apóstoles eran 12, al día siguiente de una reunión de 13 personas, una de ellas fue crucificada. Sin embargo, ese razonamiento omite dos datos fundamentales que, de ser considerados, echarían por tierra el mito. Uno, que, según sostienen los Evangelios, ya todo estaba escrito esa noche. Si así fue, la cantidad de comensales fue inocua. El otro, que los asistentes a la mesa no fueron 13 sino 15, ya que también estuvieron presentes María, la madre de Cristo, y María Magdalena. Por lo que vale preguntarse cuál sería el número fatídico si el mundo no hubiera sido tan machista durante tantos siglos. Tan machista, que ni siquiera las varias representaciones pictóricas de la última cena –como la celebérrima de Leonardo Da Vinci– contaron más de 13 participantes. Paradójicamente, ese machismo eximió de responsabilidad histórica a las damas.
Es difícil saber si el origen de la superstición relacionada con el número 13 se remonta a la época de Cristo o si surgió después. Lo cierto es que hace 200 años ya estaba suficientemente arraigada, al menos en gran parte del mundo.
En sus interesantes memorias –en las que, entre otras cosas, confiesa el terrible pánico que les tenía a los ratones y a los perros, aun siendo ya general del Ejército–, Lucio V. Mansilla relata una experiencia frustrada como emprendedor. Promediaba el siglo XIX cuando acompañó a su padre a Europa, y de Francia trajo una idea que quiso convertir en negocio: el quatorzième, palabra que en francés quiere decir decimocuarto.
El quatorzième era un señor al que se contrataba para evitar que hubiera 13 personas sentadas a una mesa. Una especie de extra. Incluso podía ser contratado por un rato, si el decimocuarto invitado se demoraba por algún motivo. En ese caso, cuando el invitado real llegaba, el quatorzième se iba, muchas veces a otra reunión, porque ya entonces no se podía vivir con un solo empleo.
No era un trabajo subalterno. Según describe Mansilla, “el quatorzième no puede ser cualquiera: se requiere ser joven, no pasar de 35 años, tener porte simpático, maneras finas, vestir bien, hablar varios idiomas y estar al cabo de todas las novedades de la época y del día”. Al parecer, ese trabajo era bien remunerado y en todos los barrios había un quatorzième disponible. “Es como el médico”, dice Mansilla. Sin embargo, la idea no prendió en Buenos Aires. Por cierto, y tal vez para dar razón a aquellos que sostienen “que las hay, las hay”, Mansilla –también autor de Una excursión a los indios ranqueles y presidente de la Cámara de Diputados a fines del siglo XIX– murió en 1913.
El temor al número 13 ha llegado a extremos tales como la omisión de él en la enumeración de los pisos en hoteles y otros edificios, o en las filas de asientos de algunos aviones, en un abierto –pero obviamente incapaz de éxito– desafío a la aritmética. O como la risueña historia que relataba El número trece, uno de los tan masivos como fugaces éxitos de El Club del Clan, que cantaba Perico Gómez, en que el protagonista prefiere resignar el amor de la mujer amada con tal de no ser el decimotercer novio de ella. Al revés de lo que afirma aquella canción de la película Tango feroz (El amor es más fuerte), en ésta la superstición es más fuerte.
Pero no solo a algo tan abstracto como un número se le atribuye poderes negativos. También, cada tanto, se señala a alguna persona como generadora de desgracias para quienes los rodean. Hay algunos oficios –como los de actores, músicos y futbolistas– particularmente propensos a creer en esas cosas y señalar a algunos de sus integrantes como innombrables, porque temen que el solo hecho de mencionarlos pueda causar algún contratiempo.
Más de una vez, incluso, esa triste fama fue atribuida a un presidente de la Nación. El primero del que se tiene registro es José Figueroa Alcorta, quien gobernó entre 1906 y 1910 para completar el mandato del fallecido Manuel Quintana, de quien era vicepresidente.
La maledicencia y cierta prensa de la época justificaron el sambenito en que durante la gestión presidencial de Figueroa Alcorta fallecieron tres exmandatarios (Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini y Luis Sáenz Peña, a los que se podría agregar a Bartolomé Mitre, que murió una semana antes de que Quintana pidiera licencia por razones de salud, y, por supuesto, al propio Quintana). También lo relacionaron con la grave enfermedad y posterior muerte de Manuel Montt, presidente de Chile que había llegado a la Argentina en 1910 y a quien Figueroa Alcorta había prometido retribuirle la visita, para lo que no hubo tiempo. Y hasta le atribuyeron las demoras que tuvo el armado y la inauguración en Buenos Aires del Monumento de los Españoles –su verdadero nombre es La Carta Magna y las cuatro regiones argentinas–, obsequiado por la colectividad española con motivo del Centenario pero que sólo pudo ser inaugurado diecisiete años después, en 1927. En el medio murieron dos de los escultores que estaban haciendo la obra y naufragó un barco que la traía, aunque Figueroa Alcorta ya había concluido su mandato.
No solamente la prensa se entretenía con estas cuestiones a comienzos del siglo XX. También, por ejemplo, lo hacía el teatro: Jettatore, la obra que Gregorio de Laferrère publicó en 1905, mientras era diputado nacional, estuvo inspirada en otro legislador, Lucas Ayarragaray, un dirigente conservador-nacionalista muy influyente en su tiempo. Tanto, que el personaje principal de la obra se llama, justamente, Don Lucas.
Contra la mufa, el avance del siglo XX y la masificación del fútbol impulsarían el auge de las cábalas, uno de cuyos paradigmas es Carlos Bilardo. Sin embargo, él ha dicho: “Yo no tengo cábalas, tengo costumbres como las que tiene todo el mundo”.
Por lo demás, es sabido que al fallecido pianista Osvaldo Pugliese se le atribuyen virtudes de antimufa. Quienes creen en ello repiten tres veces su apellido ante cualquier eventual contrariedad y no faltan los que llevan encima una foto de él. La leyenda es, sin embargo, relativamente reciente y no proviene del ambiente del tango sino del rock. Según cuenta la versión más difundida, diversas fallas en el sistema de sonido amenazaban complicar un recital de Charly García, hasta que uno de los técnicos acertó con un nuevo ajuste y lo probó pasando un disco de Pugliese. Primero se corrió la voz y, con el tiempo, el Pugliese antimufa llegó a tener estampita y oración propias.

5 comentarios:

  1. Lo de que Pugliese es antimufa se debió al gran éxito comercial de FRATERNAL. Era entonces 1951 y estaba absolutamente prohibido en todas las radios del país y no había publicidad de ningún tipo. Aun así, logo hacer un gran éxito comercial que lo volvió a grabar una vez más estando todavía prohibido.

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  2. Gracias, Radiotelefonía. No sabía que fuera así. Nunca leí que se vinculara la condición de "antimufa" de Pugliese a su labor en el tango. ¿Sabés si alguien publicó algo así? En cambio, he leído varias veces y en diversas fuentes la versión de la que me hice eco. En estos casos, y con la escasez de historiadores rigurosos que ha tenido y tiene el tango, todo puede ser.

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  3. A los ejemplos dados por Alejandro voy a hacer mi pequeña contribución, anécdota que sólo conocemos un puñado de periodistas, simplemente porque fuimos los protagonistas. Hace unos 20 años regresábamos a Buenos Aires de Toulouse, donde habíamos sido invitados para asistir a un vuelo inaugural. Cuando llevábamos poco más de una hora de vuelo, un compañero comienza a gritar el nombre de un colega con fama de mufa. De hecho, como nadie se animaba a nombrarlo por su nombre real, en el ambiente se le llamaba Robert Mitchum. Nosotros le pedíamos que deje de nombrarlo, pero él insistía argumentando que no había que creer en esas cosas. En eso estábamos, cuando pudimos oir cómo se apagaba al menos uno de los motores del avión. La tripulación entraba y salía de la cabina con movimientos nerviosos. El ambiente se puso muy tenso. Estaba claro que algo andaba muy mal. La confirmación llegó cuando nos anuncian que regresamos a Toulouse. Ahora, con el paso del tiempo, hago otra lectura de lo sucedido. Es más, creo, y propongo, que habría que hacerle a R.M un acto de desagravio: esos días extras, con todo pagado, la pasamos a cuerpo de rey. Gracias Roberto, por los días que supuestamente nos regalaste en Francia, y porque en vida fuiste un gran tipo.

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  4. Gracias, Sergio querido, por la anécdota. Y gracias también a mi viejo, que me hace notar que la aversión al número 13 se llama TRISCAIDECAFOBIA, y el temor a los viernes 13, FRIGGATRISCAIDECAFOBIA (Frigga era una diosa vikinga cuyo nombre dio origen a la palabra "friday", viernes en inglés).

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