martes, 29 de octubre de 2013

ARTURO ILLIA, AQUEL VIEJO GOLPISTA

Escribí esta nota en enero de este año, cuando iban a cumplirse 30 años del fallecimiento del expresidente. Entonces sólo circuló por correo electrónico entre algunos amigos. Creo que sigue teniendo vigencia.

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Pocas figuras han de estar tan íntimamente asociadas en la Argentina a los valores de la democracia y la república como la de Arturo Illia, incluso a pesar de la paradoja de que el expresidente radical desarrolló prácticamente toda su carrera política en el período menos democrático y republicano del país en el siglo XX, el de los golpes de estado y los gobiernos de facto (1930-83).
Tan fuerte y antigua es esa asociación, que Illia fue el único presidente constitucional depuesto que llegó a tomar nota del arrepentimiento expresado por políticos, sindicalistas, periodistas y hasta oficiales del Ejército que habían contribuido a derrocarlo. Un privilegio ‒por llamarlo de algún modo‒ que no tuvieron siquiera personajes mucho más carismáticos y populares como Yrigoyen y Perón.
Acaso el rasgo más característico de su apego por los valores de la democracia y la república haya sido su austeridad. Aunque, en realidad, Illia era austero para todo: para el ejercicio del gobierno, pero también para vivir, para vestirse y hasta para hablar. Quizás por eso cueste recordar discursos o frases célebres suyas, como sí sucede con Balbín, Frondizi, Alfonsín, Ricardo Rojas o cualquier otro radical de actuación relevante anterior a la década de los ’80 ‒porque hasta entonces era casi imposible ser dirigente radical de relevancia sin ser orador brillante‒, e incluso hasta con el poco locuaz Yrigoyen.
Sin embargo, hay de Illia al menos una pieza oratoria ‒breve, sencilla, despojada de giros pretenciosos y, por lo tanto, fácilmente comprensible‒ que debería ser texto de consulta en las materias de formación cívica y constitucional de las escuelas y las facultades. Se trata del último discurso que pronunció en público, el 14 de septiembre de 1982 ‒fallecería apenas 126 días más tarde, el 18 de enero de 1983‒, en la Bolsa de Comercio de Córdoba. La tradición radical lo considera su testamento político. Repasemos algunos pasajes:
● “No hay sociedades ideales. No hay organización permanente. El cambio es continuo.”
● “La sociedad es transformación permanente. Una organización social es perecedera y sólo podemos extender su existencia si la adecuamos a los cambios. Lo que fue revolucionario ayer, hoy ya no lo es.”
● “Para organizar un pueblo en democracia se necesita partidos políticos. Hay que hacerlos con muchos sacrificios, desafiando inevitables vicisitudes, y de abajo hacia arriba, por hombres y mujeres que se dejen acerar el espíritu.”
● “Un partido político tiene que enseñar a desconfiar de una democracia donde el presidente de la Nación es el personaje más importante del país. Hay que desconfiar de una democracia donde el presidente dice lo que se le antoja. O donde el presidente afirma todos los días que va a hacer la felicidad del pueblo, que va a resolver, él, todos los problemas de los argentinos. La democracia no se compadece con el que pide confianza en él, en su capacidad o en la supuesta ayuda que recibirá para solucionar, personalmente, los problemas de la República.”
● “En una democracia es necesario descentralizar las responsabilidades del Ejecutivo. Aumentar los poderes de las provincias. Aumentar los poderes de los municipios. Dar más oportunidades de participación.”
● “En una democracia, sin embargo, el Poder Judicial debe ser más importante que el Ejecutivo.”
● “En una democracia moderna, los partidos deben ser los pilares del sistema, pero los personajes centrales no deben ser los políticos. Para la economía, no hay personajes más importantes que los investigadores, los científicos, los técnicos y los planificadores. Desde el punto de vista político, como garantes de la democracia, los actores principales son los jueces.”
● “El Estado no tiene por qué hacerlo todo. El gobierno no debe controlar todo el país. Debe, sí, ejercer cierto control para evitar una organización no funcional de la economía, y debe, también, ejercer cierto control sobre el futuro, sobre el planeamiento. Pero para esto, el gobierno tiene que estar, a su vez, controlado por la justicia.”
● “Esta no es época de improvisaciones. La Argentina necesita gobiernos que comprendan lo que ocurre en el mundo y que no improvisen. No hay tiempo que perder.”
● “No pensemos que hay gente conspirando constantemente contra la Argentina. No estemos siempre a la defensiva. No es cierto que el mundo tenga sus ojos puestos en la Argentina, esperando el momento de arrebatarnos nuestras riquezas.”
O tal vez sea mejor no recordar estas palabras. Si así fuera, acaso correríamos el riesgo de enterarnos de que a juicio de algunos constructores de relatos Illia no sería un paradigma de la democracia y la república sino, en realidad, un viejo golpista.

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