Escribí esta nota en enero de este año, cuando iban a
cumplirse 30 años del fallecimiento del expresidente. Entonces sólo circuló por
correo electrónico entre algunos amigos. Creo que sigue teniendo vigencia.
* * * * *
Pocas figuras han de estar tan íntimamente asociadas en la
Argentina a los valores de la democracia y la república como la de Arturo Illia,
incluso a pesar de la paradoja de que el expresidente radical desarrolló
prácticamente toda su carrera política en el período menos democrático y
republicano del país en el siglo XX, el de los golpes de estado y los gobiernos
de facto (1930-83).
Tan fuerte y antigua es esa asociación, que Illia fue el
único presidente constitucional depuesto que llegó a tomar nota del
arrepentimiento expresado por políticos, sindicalistas, periodistas y hasta
oficiales del Ejército que habían contribuido a derrocarlo. Un privilegio ‒por
llamarlo de algún modo‒ que no tuvieron siquiera personajes mucho más
carismáticos y populares como Yrigoyen y Perón.
Acaso el rasgo más característico de su apego por los
valores de la democracia y la república haya sido su austeridad. Aunque, en
realidad, Illia era austero para todo: para el ejercicio del gobierno, pero
también para vivir, para vestirse y hasta para hablar. Quizás por eso cueste
recordar discursos o frases célebres suyas, como sí sucede con Balbín,
Frondizi, Alfonsín, Ricardo Rojas o cualquier otro radical de actuación relevante
anterior a la década de los ’80 ‒porque hasta entonces era casi imposible ser
dirigente radical de relevancia sin ser orador brillante‒, e incluso hasta con
el poco locuaz Yrigoyen.
Sin embargo, hay de Illia al menos una pieza oratoria ‒breve,
sencilla, despojada de giros pretenciosos y, por lo tanto, fácilmente
comprensible‒ que debería ser texto de consulta en las materias de formación
cívica y constitucional de las escuelas y las facultades. Se trata del último
discurso que pronunció en público, el 14 de septiembre de 1982 ‒fallecería
apenas 126 días más tarde, el 18 de enero de 1983‒, en la Bolsa de Comercio de
Córdoba. La tradición radical lo considera su testamento político. Repasemos algunos pasajes:
● “No hay sociedades ideales. No hay organización
permanente. El cambio es continuo.”
● “La sociedad es transformación permanente. Una
organización social es perecedera y sólo podemos extender su existencia si la
adecuamos a los cambios. Lo que fue revolucionario ayer, hoy ya no lo es.”
● “Para organizar un pueblo en democracia se necesita
partidos políticos. Hay que hacerlos con muchos sacrificios, desafiando
inevitables vicisitudes, y de abajo hacia arriba, por hombres y mujeres que se
dejen acerar el espíritu.”
● “Un partido político tiene que enseñar a desconfiar de una
democracia donde el presidente de la Nación es el personaje más importante del
país. Hay que desconfiar de una democracia donde el presidente dice lo que se
le antoja. O donde el presidente afirma todos los días que va a hacer la
felicidad del pueblo, que va a resolver, él, todos los problemas de los
argentinos. La democracia no se compadece con el que pide confianza en él, en
su capacidad o en la supuesta ayuda que recibirá para solucionar,
personalmente, los problemas de la República.”
● “En una democracia es necesario descentralizar las
responsabilidades del Ejecutivo. Aumentar los poderes de las provincias.
Aumentar los poderes de los municipios. Dar más oportunidades de
participación.”
● “En una democracia, sin embargo, el Poder Judicial debe
ser más importante que el Ejecutivo.”
● “En una democracia moderna, los partidos deben ser los
pilares del sistema, pero los personajes centrales no deben ser los políticos.
Para la economía, no hay personajes más importantes que los investigadores, los
científicos, los técnicos y los planificadores. Desde el punto de vista
político, como garantes de la democracia, los actores principales son los
jueces.”
● “El Estado no tiene por qué hacerlo todo. El gobierno no
debe controlar todo el país. Debe, sí, ejercer cierto control para evitar una
organización no funcional de la economía, y debe, también, ejercer cierto
control sobre el futuro, sobre el planeamiento. Pero para esto, el gobierno
tiene que estar, a su vez, controlado por la justicia.”
● “Esta no es época de improvisaciones. La Argentina
necesita gobiernos que comprendan lo que ocurre en el mundo y que no
improvisen. No hay tiempo que perder.”
● “No pensemos que hay gente conspirando constantemente
contra la Argentina. No estemos siempre a la defensiva. No es cierto que el
mundo tenga sus ojos puestos en la Argentina, esperando el momento de
arrebatarnos nuestras riquezas.”
O
tal vez sea mejor no recordar estas palabras. Si así fuera, acaso correríamos
el riesgo de enterarnos de que a juicio de algunos constructores de relatos Illia no sería un paradigma de la
democracia y la república sino, en realidad, un viejo golpista.
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