Si algo distingue a las grandes
personalidades, en cualquier época, es su capacidad para anticiparse a los
tiempos y ver aquello que la mayoría advertirá mucho después, acaso sólo cuando
sea inevitable. Sin duda, Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y Juan
Bautista Alberdi (1810-1884) han respondido con creces a esa privilegiada
caracterización.
En el caso del sanjuanino, está claro que ni
siquiera sus extensas Obras completas, reeditadas durante 2001 en 53
tomos que se vendían con estantería incluida, alcanzan a abarcar todas sus
obsesiones.
Una de ellas fue el incansable impulso al
desarrollo de las telecomunicaciones, expresado en decenas de artículos y
cartas, como la que escribió a Valentín Alsina el 12 de noviembre de 1847, dos
meses después de haber llegado por primera vez a los Estados Unidos tras su
larga gira europea. Decía entonces: “Cuando en 1847 se hacían en Francia, entre
Ruan y París, los primeros ensayos, la prensa anunciaba la existencia de 1.635
millas de telégrafos en los Estados Unidos; cuando yo llegué había 3.000 millas
(...) Hoy habrá 10.000 millas, y dentro de poquísimos años, medirán las mismas
80.000 millas que recorre la posta”.
Un año y medio después, ya de regreso en
Chile, aseguraba en un artículo: “Diez mil millas de telégrafos se realizan en
un año... Así se progresa, así la América se hace la realización, la última
palabra de la civilización”. Como seguramente sabía con qué bueyes araba, en el
mismo texto señalaba: “Tenemos una fatal cordura que nos hace mirar de reojo
los progresos y las innovaciones, pero debiéramos adoptar, sin vacilar,
aquellos que tienen la sanción de la experiencia”. Y advertía que, de lo
contrario, “la América del Sur será siempre el resto vivito del siglo XV, de la
Edad Media, de la barbarie. Quien quiera ver cómo fueron los pueblos
primitivos, tome un vapor y venga a recorrer nuestros países. Vanidad, mentira
y miseria”.
El aporte de Sarmiento al desarrollo de las
telecomunicaciones no fue sólo intelectual. En 1870, cuando llevaba dos años
como presidente de la Nación y hacía 15 que se había realizado la primera
comunicación telegráfica en la Argentina, había instaladas en el país 129
millas de líneas que transmitieron ese año 6.440 telegramas. Al concluir su
mandato, cuatro años después, la red había crecido 3.114 por ciento, a 4.146
millas –incluido el tramo trasandino hasta Valparaíso–, y el tráfico, 3.974 por
ciento, a 262.376 telegramas.
El 5 de agosto de 1874, dos meses y siete días
antes de traspasar la Presidencia a su sucesor, un Sarmiento eufórico inauguraba
el enlace telegráfico entre Buenos Aires y Europa, a través de Montevideo y Río
Branco, en Uruguay, y varias ciudades brasileñas hasta Pernambuco, que era el
extremo americano del cable submarino transatlántico que conectaba con Lisboa,
en Portugal. En su discurso, enviaba “un saludo cordial a todos los pueblos,
que se hacen, por el intermediario del cable, una familia sola y un barrio”.
¡Una familia sola y un barrio! Faltaban 90 años para que Marshall McLuhan
hablara por primera vez de la “aldea global” en su libro Understanding media,
y 118 para que Arthur C. Clarke definiera que “la Tierra es una” en su obra How
The World Was One.
Con respecto a Alberdi, vale recordar que en
1844, el año inicial de su largo exilio en Chile, publicó varios artículos
–además de su tesis doctoral– para defender la conveniencia de que se formara
en el Cono Sur una unión aduanera y comercial basada en “el sistema de
relaciones mutuas a que nos llaman nuestra situación territorial, nuestras
analogías y nuestro pasado”.
Para el tucumano, los miembros de ese bloque
debían ser “los países de mayor conexión en su suerte política con el curso de
los negocios argentinos, como el Estado oriental [Uruguay], Brasil, el
Paraguay, Bolivia y Chile”. Ni más ni menos que los integrantes del actual
Mercosur –al margen del recientemente sumado Venezuela–, pues los tres
primeros, junto a la Argentina, son miembros plenos, en tanto Bolivia y Chile
son estados asociados.
Y antes de 1850, frente al avance de los
Estados Unidos en el comercio global, Alberdi proponía reelaborar la política
exterior argentina “sobre principios nuevos”, entre los que destacaba “obrar
una revolución completa en las ideas internacionales tenidas hasta hoy respecto
de la Europa y de los otros estados de América” y “renunciar a las falsas y
pueriles ideas de familia continental”. Más de ciento cincuenta años después,
lo que está en discusión es exactamente lo mismo.
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